El jardín habitado de Pilar Bernabeu
Sala Ibn al Jatib.
La Cala del Moral. C/ Sorolla nº 38.
Inauguración: viernes 16 de febrero a las 21:00h.
Del 15 de marzo al 12 de abril de 2019.
De lunes a viernes, 9:00 a 14:00.
Me gustan los jardines porque son como símbolos de una vida más lenta
Felipe Benítez Reyes
Los jardines fueron creados por el hombre únicamente para que sintieran placer nuestros sentidos, un espacio reservado exclusivamente para la contemplación, un lugar íntimo y ordenado donde la naturaleza pudiera mostrarnos toda su belleza. Cicerón decía que si cerca de tu biblioteca tienes un jardín, no te faltara nada. Y es verdad porque allí, en esa vegetación, está todo lo que puedes necesitar para entender el flujo natural de la vida.
Artistas de todas las épocas han querido pintarlos y se han perdido en el laberinto de sus formas en busca de ese paraíso perdido donde Dios puso en un principio al hombre después de haberlo creado.
Los jardines nunca están callados, siempre nos están diciendo cosas, hay un lenguaje secreto en las plantas y en las criaturas que los habitan que muy pocos pueden descifrar. Observar un jardín es un acto de meditación, hay un modo especial de consciencia cuando nos adentramos en esos territorios y respiramos sus vientos, cuando escuchamos sus pájaros y miramos el color de sus flores.
Debemos estar atentos y vigilantes a las necesidades del jardín, dijo el poeta Stanley Kunitz, que comparaba los niveles del suyo con las estrofas de un poema, porque los jardines expresan fusión, secretos, mutabilidad como las palabras, un lugar imaginado y sagrado donde el creador y las criaturas de su entorno beben de las mismas fuentes subterráneas y profundas de la tierra.
En este jardín lo bello está en todas partes, cada forma que se nos aparece nos seduce inmediatamente, no importa que sea un pájaro, una hoja o una mariposa, que esté pintado, ensamblado o cosido. El resultado es siempre luminoso y denota un trabajo delicado que sólo una artista extremadamente sensible podría realizar.
Hace unos años decía que esta pintura tenía el itinerario de una turista accidental, el rumor de un mundo exótico atrapado en la retina. Ciertamente era así, Pilar pintaba recuerdos y horizontes que se traía en la maleta y nos los mostraba como postales de un gran sueño. Hoy el viaje es distinto porque las fronteras están en su propio jardín, no necesita alejarse ni volver, todo lo que la estimula para crear se divisa desde las ventanas de su estudio, dispuesto para que ella lo interprete con todas las técnicas posibles después de un largo trabajo de búsqueda, reflexión e investigación.
Y en ese aprendizaje observamos que el papel con que están hechas estas construcciones es artesanal, que las telas donde se posan los pájaros son retales envejecidos, que algunos soportes o peanas están elaborados con materiales de derribo, reciclados y ennoblecidos siempre con la idea de estimular la visión del espectador, de provocarla con volúmenes y sombras que también llegan a ser parte del objeto.
El inventario de materiales que tiene este trabajo es enorme y se ve en cada obra el goce de la artista en encontrarlos, ordenarlos y manipularlos. Los alambres mantienen en equilibrio a los pájaros, el acetato transparenta una lluvia de flores, las cajas conservan mariposas y la cochambre forma el cuerpo de un escarabajo. Pero en este jardín los protagonistas principales son los pájaros, algunos pintados, otros dibujados, siempre detenidos, expectantes, esperando iniciar un viaje imposible sobre el mundo.
Se podría decir ante la visión de esta obra que Pilar Bernabeu ha encontrado los mapas del camino. El arte es una vía del conocimiento donde aparecen misterios ocultos y el deber de todo creador es desvelarlos. En este espacio habitado se oye el rumor de muchos secretos que el observador casual puede escuchar cuando se acerca a pájaros e insectos o roza una rosa del jardín.
Esos mapas la llevarán cada vez más lejos, abrirá verjas y ventanas, construirá otros universos, hará largos viajes como el de las aves migratorias hacia estaciones del pensamiento, para contarnos luego la aventura con un pincel, un lápiz o un alambre, sobre una tela, acetato o papel artesanal y reinterpretando viejos objetos que serán el soporte de nuevas alas y encuentros.
Lorenzo Saval