Cápsula del tiempo. Caroline Krabbe
Sala Ibn al Jatib.
La Cala del Moral. C/ Sorolla nº 38.
Inauguración: viernes 7 de febrero a las 20:00h.
Del 7 de febrero al 20 de marzo de 2020.
De lunes a viernes, 9:00 a 14:00. Tardes previa cita: 951293501
Caroline Krabbe. Cápsula del tiempo.
Pienso ahora en algunas obras de Caroline Krabbe, procurando respuestas a ciertas preguntas; un poco a la manera que lo hiciera Richard Hamilton en su célebre collage de 1956 y que inauguraba la Era del Pop…¿Qué es lo que hace a estos paisajes tan diferentes, tan atractivos? No es sólo la inicial extrañeza, sino ¿de dónde procede esa luz clara y diáfana que corta a cuchillo los límites de las formas? ¿Qué campos son esos de extraño fulgor y tan paradisíaco olvido? ¿Quienes habitan con tan serena presencia tan remotos espacios de lo pintado?
En un primer momento y surgida esta conexión con el Pop-Art, pensé en la similitud de sus trazos con los del precursor Alex Katz. Su simplificación lineal confiere a la forma un contorno a veces impenetrable que deja a las ensimismadas figuras de Carolina en el borde de la soledad, casi al antojo de una profunda melancolía. Sin embargo, no son figuras tristes o en exceso distantes, pues reflejan en sus rostros y sus actitudes el ánimo de una mirada limpia y en paz, libres de conflictos existenciales, sociales o terribles dramas contra sí mismos. A menudo enseñan, con tímida franqueza, una sonrisa que nos invita a celebrar su mundo con suave alegría y complacencia, a compartir algunas frutas o un vino, en torno a una mesa de íntimo redondeado tamaño; un baile en pareja, un paseo en compañía de un perro o un baño a la luz de la luna. La vida así, se ofrece al paisaje y el paisaje penetra en el interior de la casa, y los dos son una misma cosa. Los personajes habitan en el espacio doméstico de una terraza, un salón o un baño disfrutando al tiempo del mar, los árboles y colinas. El paisaje, como las estancias, son construidos con el diseño cuidadoso de algo simbólico: teselas y enlosados para tapizar el hogar con sencillas soluciones geométricas, al modo de una tradicional albañilería sureña; surcos y entramados para prolongar los campos y los caminos de suaves curvas hasta los pies mismos, la entrada de la casa, en una dedicada labor por alojar ambos espacios, el de fuera y el de dentro, en la visión única del cuadro.
El paisaje transmutado en casa, el hogar sublimado en onírico paisaje, en el encuentro con la luz -¿oscura?- de los recuerdos.
Si el color es pura luz, la línea es pura forma. La conjunción de ambos nos proporciona una abstracción del mundo. El gran Vincent solía apartarse de la realidad creando “abstracciones”. Para él significaba literalmente pintar de memoria, sin la presencia del modelo, con sus sensaciones y el dibujo como único recurso. Su visión interior tiene aún la capacidad de desbordar cualquier comparación con la realidad. Le douanier Rousseau, con su autodenominado “estilo egipcio”, abrió las puertas del arte moderno a la visión de una verdad interior, sólo comparable a la fuerza primaria del arte primitivo. Paul Klee disponía sobre el soporte una imagen del mundo a su antojo, a partir de una organizada estructura lineal en la que los astros, los campos, las gentes, los árboles, los caminos y arroyos conformaban su identidad sin abandonar la expresividad propia de lo gráfico.
Hockney retrata sus naturales afinidades vitales con la luz clara de un dibujo iluminado por el sol. Como muchos otros artistas antes que ella, Caroline Krabbe necesita de la pintura para ahondar en sus relaciones con el mundo, sus cosas y sus habitantes, y acude a la fuerza iluminadora del color y el poder de abstracción de la línea. Con una cruda sinceridad, algo de ingenua frescura y un aire pop atemporal, Caroline Krabbe construye su particular cápsula del tiempo. Dice Caroline que sus dibujos “en realidad contienen y reflejan muchos elementos o situaciones que podrían ser de otros tiempos vividos, porque el arte expresa en parte aquello que llevamos en nuestro equipaje”. Con la potente sonoridad de un colorido muy saturado, refuerza la sensación de irrealidad que prolonga la evocación del sueño. Su pintura, de sólida apariencia cromática y un cierto misterio, que emana de una atmósfera diáfana y una clara luz, es de una honesta factura y de una intensidad mágica. Sus pinturas nos trasladan a lugares propios de la memoria o el sueño, donde el color brilla con luz propia. El paisaje se ilumina pues con la luz interior y hasta adentro llega la luz de la naturaleza, en una sutil construcción del alma, a la que tanto emociona ir guardando las escenas de nuestro paso por la vida.
Fernando de la Rosa